En la película Alumbramiento
no hay una exposición de hechos para que el espectador llegue a sus propias conclusiones, es que directamente se falsea la realidad.
Hace unos días se estrenó en cines la película Alumbramiento, del director Pau Teixidor, y vino acompañada de una campaña publicitaria donde se decía que trataba de lo sucedido en el centro de Nuestra Señora de la Almudena, más conocida como maternidad de Peñagrande, uno de los centros que pertenecían al Patronato de Protección a la Mujer y que estaba controlado y dirigido, en el momento que marca la película, por las Cruzadas Evangélicas.
En dicha maternidad, desde su apertura en 1955 hasta su cierre en 1983, se produjeron crímenes aborrecibles que vulneraron los más básicos derechos humanos de las mujeres que por allí pasaron. Por mencionar tan solo algunos: maltrato físico, emocional y psicológico, vejaciones, trabajo esclavo, castigos de aislamiento y también el robo de sus bebés.
Este artículo pretende analizar esta película y reflexionar sobre diferentes aspectos relacionados con la trama argumental, así como recoger la palabra de aquellas víctimas de este centro que no se han visto representadas en este film y, además, se han sentido dolidas por el tratamiento que se da en la película a los terribles acontecimientos que se produjeron en esa maternidad.
Como el director ha manifestado en varias entrevistas, su propósito era exponer unos hechos ocurridos en ese establecimiento, pero sin una función reivindicativa principal y sin caer en el activismo porque, según Teixidor, no se trataba de juzgar ni posicionarse excesivamente a favor ni en contra de nadie, sino simplemente exponer esos hechos para que todos pudieran sacar sus propias conclusiones.
Sin embargo, en la película no hay una exposición de hechos para que el espectador llegue a sus propias conclusiones, es que directamente se falsea la realidad. El enfoque dado a la película, excesivamente dulcificado de lo ocurrido en Peñagrande, no ofrece posibilidad de conocer en verdad los hechos vividos y sufridos por las mujeres víctimas de esa violencia institucional. Ponemos algunos ejemplos que contradicen lo que aparece en la película: en Peñagrande nunca se dirigieron palabras como “corazón” a las chicas, ni se le decía que eran guapas, ni se pronunciaban frases como “has sido muy valiente” cuando las jóvenes parían, ni había miradas de compasión hacia las muchachas, ni voces amorosas de las monjas diciendo que ellas estaban allí para cuidarlas, ni se realizaban fiestas de despedida cuando alguna dejaba el centro. Tampoco las monjas consolaban a las jóvenes después de hacer algo peligroso (como provocar un incendio) con “lo importante es que tú estés bien. ¡La que has liado!”, con voz suave llena de ternura; las jóvenes no podían maquillarse, ni podían disfrutar de ver la tele mientras comían galletitas sentadas en un sofá, ni podían tener las habitaciones desordenadas, de hecho, la limpieza era una obsesión para las carceleras y, por supuesto, el desorden implicaba un castigo.
Hasta tal punto parece tan amable el trato allí, que es incomprensible que quieran escaparse si tan bien cuidadas están y tanta simpatía y compasión generan en sus guardianas. No se percibe dentro de la película una conexión, una continuidad lógica, entre lo que viven las jóvenes en ese centro de ficción y su desesperación por huir de allí …
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