Romina Cortés esperó con impaciencia, al igual que otros cuatro familiares, incluida su madre, el momento en el aeropuerto de Santiago, Chile, que la llevaría a tocar a su nueva hermana María, de cuya existencia su mamá supo hace varios meses y ella y sus demás parientes apenas hace un mes. Impecablemente arreglada y sonriente, Romina, estilista de 43 años, logró sortear el nerviosismo de esa primera vez frente a una desconocida, que a su vez sentía como parte de su ser. Apenas cruzó la puerta de la terminal, María estrechó a su madre en un fuerte abrazo y cruzó lágrimas con ella, Romina y sus otros familiares.
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Adoptados ilegalmente durante la dictadura de Chile, ahora se reúnen con sus familias biológicas